Los colectivizadores by Víctor Alba

Los colectivizadores by Víctor Alba

autor:Víctor Alba [Alba, Víctor]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2001-11-01T05:00:00+00:00


La reacción obrera

Al principio, el Gobierno Negrín dio a muchos la impresión de que las cosas marchaban mejor. Era una cuestión de fachada, no de contenido. Pero la gente veía la fachada, y por esto Negrín dio órdenes tan curiosas como la de que los funcionarios del gobierno y sus esposas volvieran a ponerse sombrero, como «una buena propaganda de que se habían terminado para siempre las turbulencias proletarias». La gente creía que «el gobierno y la maquinaria de guerra trabajaban como nunca habían trabajado; ahora había un ejército y una administración eficientes, dos cosas necesarias para mantener una guerra moderna»; pero la gente no tardó en darse cuenta de que «el ansia de libertad, los esfuerzos desesperados por construir una vida social nueva y mejor se habían destruido totalmente», como escribió años después el novelista Arturo Barea, que trabajó con Negrín y que simpatizaba con los comunistas.

Las asambleas de empresa se reunían cada vez con menor frecuencia. En muchas empresas, la policía de Negrín detuvo, por motivos políticos, a miembros de su comité, y los comunistas, utilizando a la UGT —ocupada policialmente por Negrín en Valencia— colocaron en los comités de empresa a los suyos. Los obreros ya no se sentían, en muchos casos, representados por el comité de empresa. A veces, debían desconfiar de él, porque el comité «ugetista» (comunista) los delataba si actuaban en la clandestinidad a que habían sido reducidos los núcleos obreros más activos. No fue raro tampoco que para debilitar a un comité y hacerlo penetrable, los comunistas de una empresa hicieran detener, con acusaciones a menudo falsas, a los elementos más firmes del comité, dejando a éste, así, decapitado y vulnerable.

La UGT catalana reclamó, después de mayo de 1937, que se caracterizara el movimiento de este mes como «contrarrevolucionario» y que se aplicara «una política rápida y enérgica de orden público», se disolviera el POUM, con incautación de su prensa, y se fuera a la «organización urgente de la Comisión de Industrias de Guerra con participación de todas las organizaciones antifascistas» (es decir, quitar a los sindicatos y comités de empresa toda función), así como a la «movilización de los servicios públicos», a la «militarización de los transportes y comunicaciones» (es decir, que en vez de ser administrados por los obreros lo fueran por el Gobierno), y a la «renovación inmediata de los ayuntamientos» o sea, el acaparamiento por los comunistas y los republicanos del botín político de las jornadas de mayo. Si la UGT, con mucha menos fuerza que la CNT, se atrevía a proponer este programa abiertamente descolectivizador, señal de que los obreros, después del estallido de mayo, estaban desmoralizados, decepcionados, y de que el Gobierno y los comunistas creían que podrían forzar a los trabajadores a tolerar cualquier cosa haciéndoles el chantaje de que si no aceptaban, se perdería la guerra.

Los obreros, en efecto, estaban desilusionados. Esto podía preverse y la observación lo confirmaba. El entusiasmo se agotó. Tras diez meses de ser dueños de las empresas, se volvió a



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